Mi amigo Moncho es una de esas personas
que tiene tanto gracejo que te hace reír hasta cuando no se propone hacerte
reír. Hace años pasamos un puente entero en Lisboa, yendo y viniendo por
aquellas calles donde conviven la lluvia, el tranvía y la literatura. Comimos y
nos dejamos llevar por la amistad, que consiguió que nuestra visita fuera memorable.
Al volver, ya en el aeropuerto, Moncho dijo unas palabras definitivas: “sí, nos
lo hemos pasado en grande, pero no hemos montado en nada”. Se refería a que nos
habíamos dedicado a callejear, sin visitar ningún otro museo, edificio ni
exposición que no fueran los restaurantes y los bares. Un pequeño lunar:
habíamos estado en Lisboa, pero no en toda Lisboa.
Bien, pues me temo que esta es la
sensación que han experimentado hasta ahora los que, atraídos por su castillo,
por su nombre o por su situación privilegiada, en la ruta que une el centro con
el levante, han subido a echar un vistazo a Chinchilla.
Se han encontrado el trazado original, es decir calles estrechas, pendientes, serpenteantes. Con nombres maravillosos, en algunos casos, como la calle Jabón o la calle Baja Despacio. Con cambios de altura y asomos repentinos y estremecedores al cerro de San Cristóbal o a la vasta llanura de La Mancha. Con el castillo envuelto en un foso tan profundo que produce escalofrío. El castillo que promete tanto que el visitante va y viene por el puente levadizo, anhelando encontrar un resquicio por el que echar un vistazo. Al final, se frustra y se vuelve enfurruñado. Ha estado en Chinchilla, pero no en toda Chinchilla.
Se han encontrado el trazado original, es decir calles estrechas, pendientes, serpenteantes. Con nombres maravillosos, en algunos casos, como la calle Jabón o la calle Baja Despacio. Con cambios de altura y asomos repentinos y estremecedores al cerro de San Cristóbal o a la vasta llanura de La Mancha. Con el castillo envuelto en un foso tan profundo que produce escalofrío. El castillo que promete tanto que el visitante va y viene por el puente levadizo, anhelando encontrar un resquicio por el que echar un vistazo. Al final, se frustra y se vuelve enfurruñado. Ha estado en Chinchilla, pero no en toda Chinchilla.
Eso es lo que empezamos a remediar hoy
con un proyecto que hemos llamado Chinchilla,
por dentro. Consiste en abrir todo lo que se pueda abrir sin peligro para
los visitantes. Que puedan alternar el paseo por las calles medievales con el
asomo a ermitas, patios y palacios. Es solo el primer paso de un proyecto que
debe ir creciendo poco a poco. El castillo, por desgracia, es todavía inaccesible
sin peligros. Los baños árabes están aún confiscados por la siempre
inexplicable ignorancia. La iglesia de Santo Domingo espera una remodelación
urgente. Junto con el ábside de la iglesia de Santa María del Salvador, que sí
puede verse, son sin duda el puñado de edificios más valiosos de la Ciudad.
Pero Chinchilla es inagotable.
Quienes se acerquen hoy podrán visitar
el Claustro de Santo Domingo, que estará lleno del colorido y del bullicio de las
encajeras de bolillos de toda España, que celebran su encuentro anual. En el
piso superior están las acuarelas de la Fauna de Albacete, de Jesús Alarcón
Utrilla. Están abiertas las ermitas de San Antón, con su parquecillo, de Santa
Ana, con sus vistas maravillosas, de San Julián, que fue el primer templo
cristiano de la ciudad. Y también estarán disponibles el Museo de Cerámica, y
el Museo Parroquial, dentro de la iglesia de Santa María del Salvador, y la
exposición de estampas antiguas de la provincia en el Pósito Municipal. Y el
patio de López de Haro, con su pozo y su aire melancólico. Y más cosas que no enumero
porque están aún en proyecto pero que, si no se abren hoy, estarán abiertas en
la próxima convocatoria, el día 30 de junio, donde coincidirán con el Mercado
Medieval y con el último acto del Festival de Teatro Clásico. Buscamos que
quien venga a vernos no se vaya frustrado y que sin embargo se lleve la
sensación de que aún le queda mucho por ver en próximas visitas. Tenemos una
ciudad que es un museo.
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