Que la pintura rápida es una actividad
tan antigua como el ser humano es una obviedad
que certifican muchas cuevas, muchísimas iglesias y todas las
pinacotecas con fondos anteriores al siglo XVIII. Pero a veces creemos que
estamos descubriendo la pólvora. Se cumplen estos días 450 años desde que un
tipo se encaramó al cerro de San Cristóbal de Chinchilla, cargado con los
apechusques de dibujar. Era un experto, lo que quiere decir que antes de
ponerse había estado estudiando la situación y había decidido que desde el
Cerro, más o menos donde ahora hay una cruz blanca, se dominaba toda la ciudad
y también el paisaje del fondo, incluida una escuálida Albacete, muy distinta
de la urbe que hoy domina la llanura. No olvidemos que corría el año de gracia
de 1563.
Del pintor sabemos poco. El nombre y algunas
vaguedades. Se llamaba Anton van den Wyngaerde y había nacido en Amberes
cuarenta o cincuenta años antes. Lo que está claro es que era flamenco y que
los españoles que trataban con él, para no trabucarse con su complicado
apellido, lo traducían llamándolo Antonio de las Viñas. Él mismo, a juzgar por
las anotaciones de sus dibujos, no debía de aclararse mucho con el castellano.
A Albacete lo llamaba “Albasetta”, a Belmonte “Belmont” y, cuando tenía que
situar la casa del señor del lugar, escribía “caza do sor”. Pero no había venido
a hacer turismo. Llevaba recorridos un montón de kilómetros, desde Monzón,
visitando enclaves representativos de la Corona de Aragón y fijándolos en
dibujos por encargo de Felipe II, que planeaba recorrerlos luego.
La vista de Chinchilla, a pluma y tinta
sepia, nos permite disfrutar de elementos hoy desaparecidos, como la torre del
homenaje del castillo, dos molinos de viento situados muy cerca del mismo, la
muralla que rodeaba la ciudad y el singular Cachivache, al que hace poco
dedicamos otro artículo. Mientras el pintor hacía su tarea, estaría empezando a
construirse la actual puerta renacentista del Ayuntamiento. Chinchilla es una
de las 62 ciudades españolas que inmortalizó. El objetivo era convertir luego
los dibujos en grabados, pero el proyecto nunca llegó a realizarse, quizá
porque Wyngaerde anduviera achacoso, ya que murió en Madrid en 1571. Después
cayó sobre su álbum de ciudades un velo de olvido, hasta que hace cuarenta años,
en 1969, un estudioso austriaco los descubrió en la Biblioteca Nacional de
Viena y los aireó con un artículo. No hay ninguna otra vista tan clara de la
Chinchilla anterior al siglo XIX. Incluso los grabados de Gustave Doré tienen
más de fantasmagoría que de costumbrismo.
Bien, pues aquel dibujo de la Chinchilla
de 1563 es una de las estampas de la exposición que hoy se abre en el Antiguo
Pósito Municipal de la ciudad, frente a la Iglesia de Santa María del Salvador.
Se podrá ver desde las páginas abiertas del libro Ciudades
del siglo de oro: las vistas españolas de Anton Van der Wyngaerde, que
Richard Kagan publicó en 1986. De hecho es la única imagen de la exposición que
no es propiamente un grabado. Junto a ella figuran mapas y planos, imágenes
históricas, estampas religiosas e ilustraciones costumbristas, pertenecientes
todas a la colección del Instituto de Estudios Albacetenses. Luis Guillermo
García-Saúco se ha encargado de preparar la muestra. Propongo a alguno de los
artistas que participen el domingo que viene en el Concurso de Pintura Rápida
Ciudad de Chinchilla el reto de fijar la ciudad actual desde el lugar en que la
captó Wyngaerde hace cuatro siglos y medio. Superponer ambas imágenes sería una
curiosa manera de medir el tiempo.
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