Cuando vivimos una tradición que heredamos de nuestros padres, abuelos y
bisabuelos, nos parece de ha existido desde siempre, desde que el ser humano llegó
a este lugar. Sin embargo, es de pura lógica pensar que todas las tradiciones
tuvieron un primer día. En algunos casos, incluso se conoce la fecha. Sucede
con la devoción a la Virgen de las Nieves en Chinchilla.
El culto se inicia en
1653, según indica el Pensil del Ave
María (1730). Hasta ese momento, lo más probable es que la imagen que
conocemos de la Virgen se encontrara en alguno de los altares de la capilla de
San Pedro de Matilla, en lo que ahora es la finca de los Llanos, ocupando un
papel secundario. El protagonista principal, hasta entonces, era el propio San
Pedro, entonces patrón de la ciudad.
¿Por qué la Virgen pasó de este papel secundario al de protagonista? Nos lo
explica Luis Guillermo García-Saúco Beléndez en el libro La Feria de Albacete. Nos da a entender que la economía y la
política tuvieron mucho que ver en el cambio. En concreto la pugna entre
Chinchilla y Albacete por el aprovechamiento de la Feria, que entonces se
celebraba precisamente en los Llanos, en territorio propiedad de la que hoy es
capital de la provincia. Allí, separadas por apenas cien metros, convivían las
ermitas de San Pedro de Matilla y la de la Virgen de los Llanos, que era el
epicentro ferial. Ambas ciudades llevaban compitiendo por adueñarse de la Feria
desde que Albacete se segregó de Chinchilla en 1375 y reclamó para sí el
mercado, que ya existía.
La pugna se intensificó en el siglo XVI, cuando ambos municipios se
disputaron el control proponiendo romerías y novenas religiosas que atrajeran a
muchos creyentes al lugar, y difundiendo milagros que se habrían producido por
la intercesión de San Pedro de Matilla o bien de la Virgen de los Llanos, según
las versiones. La ermita de San Pedro era como un islote de Chinchilla en medio
de la propiedad de Albacete y la ciudad le sacaba el máximo partido. Pero, como
explica García-Saúco, un santo, por muy importante que fuera, no podía competir
con una Virgen. Y casualmente, en lo más profundo de la rivalidad, ya mediado
el siglo XVII, un concejal del ayuntamiento de Chinchilla, Juan de Ribadeneira,
propuso que se declarase patrona de la ciudad a la Virgen de las Nieves. García-Saúco
se pregunta por qué no se optó por la imagen de un Cristo, que aún hubiera sido
más potente. Quizá la respuesta es que no la había por los alrededores,
mientras que sí estaba la figurilla de alabastro que hoy se venera en la ciudad.
Es una figurilla gótica, probablemente del siglo XIV y tallada en la ciudad
británica de Nottingham, que se especializó en este tipo de esculturas y surtió
con ellas a buena parte de Europa. Representa a una Virgen que sostiene con su
mano izquierda a un Niño muy espabilado y erguido, y con su derecha un cetro
con cabeza vegetal. Una figurilla de poco más de 25 centímetros, que los
chinchillanos de la época envolvieron en una cápsula de metal para poder
vestirla según los usos barrocos. El esfuerzo no sirvió de mucho. Tampoco que Chinchilla
se volcara en construir un templo fabuloso, acabado en 1761, sobre la antigua
ermita de San Pedro de Matilla. Albacete había aportado diez caballos al que
sería rey Felipe V para la batalla de Almansa y a cambio pidió y obtuvo el
control absoluto de la Feria. En cuanto pudo, le construyó un recinto en la
propia ciudad y en 1783 se la llevó para siempre.
Luis Guillermo García-Saúco
Beléndez: La Feria de Albacete.
Consideraciones tras una efeméride. Albacete, 2011, Librería Popular.
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