El último Premio Nobel de literatura
español, Camilo José Cela, tiene calle en Chinchilla, una calle ancha y
oxigenada, muy cercana al castillo. La tiene incluso antes de recoger en
Estocolmo el más prestigioso de los galardones. Supongo que en la mente de quienes
le rindieron este homenaje estaba el hecho de que había dedicado algunos
párrafos a la ciudad en su novela más popular, La familia de Pascual Duarte.
Sin embargo, muchos chinchillanos que han leído la obra tienden a opinar que no merecía tanta distinción alguien que dejó dicho para la posteridad: “Chinchilla es un pueblo ruin, como todos los manchegos, agobiado como por una honda pena, gris y macilento como todos los poblados donde la gente no asoma los hocicos al tiempo…”
Sin embargo, muchos chinchillanos que han leído la obra tienden a opinar que no merecía tanta distinción alguien que dejó dicho para la posteridad: “Chinchilla es un pueblo ruin, como todos los manchegos, agobiado como por una honda pena, gris y macilento como todos los poblados donde la gente no asoma los hocicos al tiempo…”
Uno de los mayores
problemas que tienen los escritores es que se les tiende a identificar con los
personajes de sus obras. Es una confusión habitual. Les pasa más aún a los actores,
a quienes los mitómanos no distinguen de sus papeles en las series o en ciertas
películas, de tal modo que los obligan a seguir interpretando fuera de los
platós o a adoptar poses extravagantes llegar a ser exageradamente ellos
mismos. El personaje de Cela, Pascual Duarte, tuvo que pasar tres años encarcelado,
“tres años lentos, largos como la amargura…” Es fácil imaginar que no le ayudaron
a simpatizar con Chinchilla, por mucho que la condena inicial hubiera sido de
veintiocho, que redujo a tres portándose bien, “trabajando, día a día, en el
taller del zapatero del penal.”
Fuera de estas
disquisiciones literarias, Cela, el excéntrico Cela, no su personaje, estuvo en
Chinchilla en los años 80. Me lo comentaban el otro día Yébenes y Elisa
Belmonte, que lo llevaron y trajeron en su R5 verde, junto con Andrés García
Berlanga, que también era de la partida. Entre otras cosas me aclararon un
episodio legendario del que fueron testigos: el encuentro en el casino de la
ciudad entre el escritor y el entonces alcalde, Paco García de la Encarnación,
para los chinchillanos Violines. Dicen que por allí andaba el alcalde, tal vez
echando la partida, cuando alguien le informó de la relevancia del visitante.
Violines, hombre de verbo fluido y voz tonante, se acercó a la mesa del
escritor con los brazos abiertos y lo saludó con estas palabras: “es un honor
para Chinchilla tener entre nosotros al famoso Camilo Alonso Vega. Bienvenido.”
Pregunté a Violines,
poco antes de que falleciera, sobre este episodio y también por algún otro no
menos legendario, y me contestó que era un apócrifo que le atribuían. Sin
embargo Elisa y Yébenes me aseguraron que era tan cierto que Berlanga lo glosó
en alguna revista de la época, tal vez Tiempo
o Interviú. También recordaron la
reacción de Cela, que no dijo esta boca es mía hasta unos minutos más tarde,
cuando ya estaban subidos en el R5, para volver a Albacete. Entonces estalló
con estas palabras: “Será cabrón: pues no me ha confundido con Camulo…” Conviene
aclarar que Camilo Alonso Vega fue ministro de la Gobernación con Franco, amigo
personal del Dictador, y uno de los militares más odiados y temidos del
Régimen.
Aparte del
malentendido, y por si alguien pretendía confundirlo con Pascual Duarte, Cela estuvo
ahondando en su propio personaje, soltando groserías y tirándole los tejos a
cualquier moza que anduviera por los alrededores, aunque viniera acompañada del
marido. Nadie es perfecto, eso es verdad. Pero soy de la opinión de que, en una
obra traducida a casi todos los idiomas, mejor que se hable de Chinchilla,
aunque sea mal.
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