Por muy larga que sea la rutina, se
olvida con un soplo. En cambio, siempre parece que fue ayer cuando ocurrió lo
extraordinario. Por eso, un grupo de mujeres de Chinchilla recordaban que, cada
año, el miércoles de ceniza era un día especial en la ciudad. Había la
costumbre de sacar a las puertas de las casas y a los zaguanes unos monigotes
disfrazados con ropas viejas.
Normalmente formaban parejas y estaban sentados
ante una mesita, con una pequeña invitación para el que pasara a mirarlos. Era
una manera de despedir el Carnaval, de trasladar a los monigotes un último
saludo de broma y de alegría, antes de quemar la sardina y sumergirse en la
Cuaresma, donde la vigilia, el recogimiento y el frío, reforzados por los
desasosegadores sones de las bozainas, marcaban unas semanas tenebrosas.
Las primeras y últimas fotos de esta
costumbre datan del año 1953, cuando se sacarían unas diez parejas de
Miércoles. Desde entonces, se había perdido por completo. Fina Ortega y las
componentes de la Antigua Tradición decidieron recuperarlos, antes de que los
niños que recorrían las calles de la mitad del siglo XX, buscándolos con
bulliciosa alegría, los hubieran olvidado también. Lo han conseguido con creces.
Desde 1996, puede decirse que los Miércoles han recuperado la salud. Ningún año
son menos de treinta y cinco las parejas que asoman a las puertas de las casas,
a los zaguanes y a las plazas públicas. Siguen teniendo la misma hechura tosca
que antaño: el esqueleto de alambre, la carne de papel y cartón, la fisonomía
de las caretas de carnaval.
Sin embargo, algún retoque ha
ayudado a enriquecer la tradición. Por ejemplo, los Miércoles hablan por medio
de ripios, impresos junto a ellos en hojas de papel, convenientemente
plastificadas. Se trata de coplas jocosas, que evitan la crítica directa, por indicación
expresa de sus promotoras. Además, no son simples disfraces. La oportunidad ha
servido también para reivindicar, en años sucesivos, elementos que formaban
parte de la sentimentalidad del municipio y se esfumaron para siempre. Por
ejemplo, la fuente de la Plaza de la Mancha, o el templete de la Placeta del
Circo, o una máquina de elaborar fideos que hubo que traer de Barcelona para la
ocasión. También se han recordado oficios con los que nadie ya se gana el pan,
como los de aguador del Pozo Balazote, espigador, ablentador, espartero,
picapedrero de la Cantera Amarilla o craquelador de cristales.
Por supuesto, los Miércoles han
reconstruido la matanza del cerdo, han mondado lentejas, han cocinado
atascaburras, picatostes, rollicos y gazpachos, y han jugado a la rueda el
alpargate, entre otras muchas cosas. Pero también han dado forma a personajes
que solo de este modo asoman por Chinchilla, como Paquirrín, el Papa o el
Príncipe Felipe, que incluso ha repetido. Las parejas están distribuidas por
toda la ciudad desde primera hora, por lo que, para verlas, hay que inspeccionar
cada calle y cada adarve. Al final terminas viendo la parte de Chinchilla que
nunca antes has visto. Puedes hacerlo a tu aire, ayudándote de un plano, o bien
seguir a la charanga que, a primera hora de la tarde, y seguida de curiosos y
de chiquillería, los busca a todos sin dejarse ninguno.
Luego, en la plaza, se canta el
Romance que completa la tradición. Los que quieren misa se van a misa y el
resto se queda viendo cómo preparan la sardina para quemarla. Los Miércoles de
Chinchilla predisponen para la Cuaresma, que ya no es lo que era, y vacunan
contra la rutina, que es una Cuaresma que dura todo el año.
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