Con el renacimiento de la Semana
Santa chinchillana, en los años 50, nacieron varias cofradías, casi todas de
carácter gremial. Una de ellas es la de San Juan Evangelista, que los ceramistas
concibieron en 1953, en los locales de la Pista Avenida, hoy Claustro de Santo
Domingo, y luego en el Corral del Cine, delante de un barreño de cuerva y
menudeo de garbanzos. Acordaron que San Juan, por su humildad, encajaba con el
ideal que pretendían. Oficialmente la Cofradía nació el 19 de agosto de 1954 y
desfiló por primera vez en abril de 1955.
El desajuste de dos años se explica porque montar una cofradía lleva más trabajo del que parece. Había que diseñar y confeccionar túnicas, escapulario, tambores, cornetas y demás parafernalia. Además, necesitaban, claro, una imagen del santo. Pero hacía falta lo de siempre, dinero. Los jefes de las empresas cerámicas, Sainz, Tinai, Juan Segovia y Pascual Vila echaron una mano.
El desajuste de dos años se explica porque montar una cofradía lleva más trabajo del que parece. Había que diseñar y confeccionar túnicas, escapulario, tambores, cornetas y demás parafernalia. Además, necesitaban, claro, una imagen del santo. Pero hacía falta lo de siempre, dinero. Los jefes de las empresas cerámicas, Sainz, Tinai, Juan Segovia y Pascual Vila echaron una mano.
El San Juan Evangelista que hoy pasean los verdes por las calles de Chinchilla fue antes un ciruelo en Pozohondo, crecido en unos terrenos del suegro de Vila. Tardó tiempo en tomar forma. De hecho, el primer año la Cofradía tuvo que salir solo con La Dolorosa y la Cruz de la Toalla, porque tallar una imagen lleva tiempo. Aunque, más o menos en la fecha prevista, Valentín Pérez del Rey y José Martínez (Tresperras) se encargaron de ir a recoger la imagen, ya terminada. Acudieron en un camión que había pertenecido al ejército antes de que lo adquiriera Vila. Cuentan que hacía una noche infernal, con rayos y truenos. Las luces de Albacete se iban y volvían después de cada trallazo. Tras buscar entre los relámpagos, dieron con la casa de dos pisos del escultor José Vicente Gaitano. No habían cruzado la puerta, cuando la luz volvió a irse y se quedaron a oscuras entre el ruidoso aguacero y el silencio inquietante del local. Se oían voces en el piso de arriba, pero les retuvo la sombra imponente de un individuo al que saludaron. “Buenas noches”, dijo Valentín. Y, como vio que el hombre no correspondía, repitió el saludo. José Luis Villena, que fue alumno de Gaitano, lo recuerda como un tipo literalmente enorme, de manos grandes, de carácter difícil y de voz grave y autoritaria. Osea que, excepto en el detalle de que no hablaba, podría ser el mismo tallista quien los estaba estudiando.
La mudez de aquel gigante, el
pertinaz diluvio y los siniestros claroscuros imponían respeto. El
estremecimiento empezaba a convertirse en tiritona cuando la luz volvió tan
súbitamente como se había ido y así comprobaron que el grandullón no les
hubiera contestado aunque lo saludasen mil veces, porque era la figura misma
que venían a recoger. Al año siguiente salía ya en procesión. Aunque hubo que
reparar otro detalle. Gaitano había perfilado a San Juan con el color
tradicional de la iconografía del Evangelista, es decir el rojo, en tanto que
las telas que los cofrades habían comprado en Murcia, y que la hija de Atilano
Molina y sus colaboradoras habían cosido, eran verdes y blancas, como aún lo
siguen siendo. Hubo que reunir nuevos ahorros y pedirle al artesano que
cambiara la policromía, cosa que hizo en 1957.
Todavía quedaba por solucionar un
último problema. Pero este tendría que esperar más tiempo. La imagen pesaba
como si en lugar de madera fuera de plomo. Además las andas multiplicaban por
dos el peso y las baterías con las que se encendían de noche los faroles
terminaban por aplastar los hombros del más fornido de los cerámicos. Solo los costaleros
de San Juan saben las toneladas que han tenido de mover durante décadas. Con el
nuevo milenio, al menos se le han sustituido las andas por otras más livianas y
las baterías de antaño desaparecieron. Eso sí, el ciruelo sigue pesando lo
mismo que cuando lo trajeron de Pozohondo.
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