El ábside renacentista

El ábside de la Iglesia de Chinchilla atrae los objetos. Tan pronto se fijan a su alrededor contenedores de reciclaje, como se le acopla la terraza de un bar, o le aparcan los coches delante. Es verdad que las iglesias, desde antiguo, se abrigaban con las casas y las tumbas de quienes buscaban el cobijo de la divinidad.
De hecho, cuando Jerónimo Quijano abordó el diseño del ábside, en 1536, primero tuvo que demoler las viviendas y las tiendas que se arremolinaban en torno a la anterior cabecera gótica. También tuvo que demoler la propia capilla mayor. Los promotores de la obra querían derribar la iglesia entera y construir una nueva, toda plateresca. Aspiraban con ello a que subiera de categoría y se convirtiera en colegiata. Pero el concejo se opuso con firmeza y el proyecto quedó a medio camino. Las obras duraron hasta 1541. El ábside mismo quedó inacabado: desde la plaza se ve cómo se diluye al insertarse en el resto del edificio. Jerónimo Quijano era maestro mayor del Obispado de Cartagena y se había formado en Granada, codo a codo con la magnífica selección de artistas que los Reyes Católicos desplazaron hasta la capital de la Alhambra para consolidar la Reconquista militar con una Reconquista arquitectónica. De hecho, los especialistas coinciden en que la cabecera de la Iglesia de Chinchilla está llena de influjos de Diego de Siloé y de la catedral de Granada. Sin embargo fue Jerónimo Quijano el diseñador y quien cobraba sus buenos miles de maravedís cada vez que se daba una vuelta por las obras para aleccionar a los vizcaínos Juan de Aranguren y Pedro de Castaneda, los alarifes. La obra también contó con la intervención de Esteban Jamete, un finísimo artesano que daba rienda suelta a su fantasía, lo que le costó desencuentros con la Inquisición. Luis Guillermo García-Saúco explica que tuvo subirse al andamio para leer los nombres de los personajes que adornan el ábside. En la cornisa terrenal, debajo de los santos, hay cinco bustos. Son, de izquierda a derecha, Sansón, al que una lluvia torrencial robó de la cabeza la piel del león de Nemea, Judith con su cimitarra, Gedeón con el olifante, Esther y Josué. 

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