El belén de Chinchilla está cumpliendo 30 años. Los cumplió en
Nochebuena, cuando abrió sus puertas, como siempre, en la Ermita de Santo
Domingo. Sus responsables soplaron las velas la semana pasada, ante Íñigo
Bastida, presidente de la Federación Española de Belenistas.
Celebraron que el belenismo acabe de entrar en la Real Academia de la Lengua, aunque en las catacumbas de Roma se hayan descubierto indicios de algo parecido y de que San Francisco de Asís lo practicara en el siglo XIII y Carlos III la valorara tanto que su belén lo vemos cada año por televisión. Por citar solo tres hitos. Hay 62.000 belenistas federados solo en España y un millón doscientos mil en todo el mundo. Sin contar los que arman el belén en la intimidad de sus casas, con más o menos destreza, con más o menos entusiasmo. Hay 28 empresas en nuestro país que elaboran figuras y que las exportan. Y hay belenistas que, gracias a su afición, se han convertido en escaparatistas de grandes empresas. Bastida insiste en que montar el belén puede acabar convirtiéndose en un medio de vida. Ahora todas las federaciones luchan para que la Unesco declare el belenismo patrimonio cultural inmaterial de la humanidad. Hay practicantes solitarios y los que prefieren trabajar en equipo, hay belenes diminutos y gigantes, los que ocupan un dedal y los que abarcan una plaza, los que se construyen a la italiana, con figuras vestidas del Renacimiento, y los que lo hacen a la española, imitando el mundo hebreo de hace dos mil años. El belén chinchillano es de estos últimos. No se contempla solo de frente. El visitante va dándole la vuelta a sus 65 metros cuadrados. Y, a cada paso, cambian los perfiles, los horizontes, las calles, las montañas, se hace de día y de noche. Se le abren nuevas rendijas hacia escenas que ya ha visto más de cerca y que luego contemplará desde otra perspectiva. Cada año lo corona un castillo distinto, maqueta a escala de un castillo real. En cada edición ha recibido unas 20 mil visitas. Y ahora cumple treinta diciembres. Se dice pronto, pero es la tercera parte de un siglo. A unos pasos, en el Claustro, podemos ver también las figuras de Garrigós y Vila. Ambas visitas merecen la pena.
Celebraron que el belenismo acabe de entrar en la Real Academia de la Lengua, aunque en las catacumbas de Roma se hayan descubierto indicios de algo parecido y de que San Francisco de Asís lo practicara en el siglo XIII y Carlos III la valorara tanto que su belén lo vemos cada año por televisión. Por citar solo tres hitos. Hay 62.000 belenistas federados solo en España y un millón doscientos mil en todo el mundo. Sin contar los que arman el belén en la intimidad de sus casas, con más o menos destreza, con más o menos entusiasmo. Hay 28 empresas en nuestro país que elaboran figuras y que las exportan. Y hay belenistas que, gracias a su afición, se han convertido en escaparatistas de grandes empresas. Bastida insiste en que montar el belén puede acabar convirtiéndose en un medio de vida. Ahora todas las federaciones luchan para que la Unesco declare el belenismo patrimonio cultural inmaterial de la humanidad. Hay practicantes solitarios y los que prefieren trabajar en equipo, hay belenes diminutos y gigantes, los que ocupan un dedal y los que abarcan una plaza, los que se construyen a la italiana, con figuras vestidas del Renacimiento, y los que lo hacen a la española, imitando el mundo hebreo de hace dos mil años. El belén chinchillano es de estos últimos. No se contempla solo de frente. El visitante va dándole la vuelta a sus 65 metros cuadrados. Y, a cada paso, cambian los perfiles, los horizontes, las calles, las montañas, se hace de día y de noche. Se le abren nuevas rendijas hacia escenas que ya ha visto más de cerca y que luego contemplará desde otra perspectiva. Cada año lo corona un castillo distinto, maqueta a escala de un castillo real. En cada edición ha recibido unas 20 mil visitas. Y ahora cumple treinta diciembres. Se dice pronto, pero es la tercera parte de un siglo. A unos pasos, en el Claustro, podemos ver también las figuras de Garrigós y Vila. Ambas visitas merecen la pena.
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