Pepe Dios

El Palacio de Pilatos de aquellas representaciones
Pepe Dios se llamaba Pepe Domingo y regentaba una fonda en la calle Obra Pía. Al llegar la Semana Santa, el apodo cobraba vida. Pepe Domingo encarnaba a Jesús desde el Domingo de Ramos. Subido a un borrico partía de Santo Domingo con rumbo a Santa María del Salvador. Lo escoltaban los Apóstoles y las niñas y niños del pueblo vestidos de hebreos.
En el camino repetían: “Pueri Hebraeorum, portantes ramos olivarum, ad videndum Dominum”, o sea “Los niños de los hebreos acuden a ver al Señor con ramos de olivo”. Los demás chinchillanos aguardaban en La Plaza, entonces de La Constitución, sujetando sus correspondientes ramos de olivo. La Misa de Ramos la oficiaban tres sacerdotes y en ella se interpretaba íntegra la Pasión según San Mateo de J.S. Bach. Eso cuentan. La Semana Santa chinchillana no era tan completa como la actual. Ni siquiera había procesión del Silencio. Pero al anochecer del Jueves Santo se escenificaba el Prendimiento en un pequeño cercado a la puerta de Santo Domingo. Allí estaba Pepe Dios orando con los Apóstoles. Cerca de ellos, encaramado en un olivo, un niño vestido de ángel entonaba salmos. De pronto llegaba Judas con un pelotón de soldados romanos. Identificaba a Pepe Dios, lo maniataban y lo escoltaban hasta La Plaza. El balcón del antiguo juzgado representaba la casa de Herodes. De allí lo llevaban al balcón del Ayuntamiento que figuraba ser la casa de Pilatos. Se recitaban todas las frases del Evangelio, incluida la pregunta de Pilatos al pueblo: “¿A quién queréis que libere, a Jesús el Nazareno o a Barrabás?”. Los hermanos de todas las Cofradías respondían a coro: “Libera a Barrabás, crucifica a Jesús”. Pilatos se lavaba las manos y a Pepe Dios lo coronaban de espinas y fingían azotarlo. La corona iba impregnada de un colorante rojo oscuro, conocido como pavonazo. Y así, desfigurado por el pavonazo, Pepe Dios echaba a andar con la cruz a cuestas. En la posada de las Peras le salía al paso la Verónica, que le limpiaba el rostro con un paño. Y en mitad de La Plaza asomaba el Cireneo y le ayudaba a cargar la cruz. Luego, poco a poco, se recuperó la imaginería y se perdió aquel divino teatro.


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