Olleros, tinajeros y tejeros

En la época en que los Reyes Católicos se dieron una vuelta por Chinchilla, el barro era un oficio bien considerado. Tanto, que había tres tipos de ceramistas: olleros, tinajeros y tejeros. De estos últimos aún quedan dos empresas.
Las tejerías de hace cinco siglos también estaban en las afueras, donde había agua y espacio para grandes hornos. El proceso empezaba igual, seleccionando el barro. Luego había que limpiarlo. Para darle forma, se utilizaban unos moldes de madera, gradillos o galápagos, que duraban solo una semana. Una vez encendido, el horno tenía que estar ocho días cerrado para que las tejas no se pelasen. Un maestro artesano de la ciudad, elegido por el Concejo, velaba porque se respetasen escrupulosamente las reglas de calidad y pureza del barro y los tamaños de las piezas. El veedor estaba obligado a acudir a cualquier hora del día o de la noche en que se le requiriese, para hacer su trabajo de inspección. Disponía de tres horas. Por cada una que se retrasase, tenía que pagar una multa de 20 maravedíes. Las tejerías de Chinchilla exportaban a localidades cercanas que, como Almansa, adolecían de ceramistas. De hecho, la exportación era una fuente de riqueza y un problema. De los tinajeros no hay documentos, pero a los tejeros se les prohibió exportar en 1511. Y a los olleros mucho antes. Para vender fuera de los límites de Chinchilla, tenían que respetar el precio que fijaba el Concejo y pagar unas tasas al almotacén. Además la tercera parte de cada hornada tenían que destinarla para el consumo de la ciudad. Algunas épocas Chinchilla estuvo paradójicamente desabastecida porque las ollas, coberteras, pucheros, jarros, jarritos, platos y escudillas se vendían más caras fuera que dentro, y los artesanos encontraban el modo de sacarlas a hurtadillas. Eso sí, al que pillaban lo desposeían de la mula donde acarreaba las vasijas. También es curioso que la prohibición fuera la causa de que decayeran las cerámicas chinchillanas, porque en las localidades cercanas, como Albacete, sí se podía exportar y se ganaba más. Bastaba con trasladar el taller a la llanura y vender allí las piezas firmadas y vidriadas.
--Información extraída del libro de JOSÉ DAMIÁN GONZÁLEZ ARCE: La industria de Chinchilla en el siglo XV, publicado por el Institutos de Estudios Albacetenses. Albacete, 1993.

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