Una farmacia natural





Al noreste de Chinchilla, detrás del Cerro de San Cristóbal, al que los chinchillanos llaman simplemente el Cerro, se extiende una vasta superficie de 3.500 hectáreas donde se alternan los pinos y los eriales con alguna aldea abandonada y algún corral ruinoso. Bueno, también se cultivan bancales y se desperezan al viento cuadrillas de molinetas. Además es tierra de pastoreo, de cazadores y de buscadores de caracoles y de setas. Este vasto territorio al que los chinchillanos llaman simplemente la Sierra, participa también de los términos de Higueruela y de Hoya Gonzalo.
Es monte público, lo que quiere decir que pertenece a todos, aunque lo gestionan juntos los ayuntamientos de Chinchilla y de Albacete, que crearon para gobernarlo una especie de ayuntamiento paralelo que se llama Consorcio de la Sierra Procomunal. El Consorcio, para los amigos.
Sales de Chinchilla hacia el Morrón o hacia la Antena o hacia la Granja de las Perdices y, en el paso siguiente a la última casa, estás pisando ya la Sierra. Caminos, veredas, vericuetos, senderos, en donde rara vez se pierde de vista el horizonte. Se han plantado árboles, sobre todo pinos, pero nunca son lo bastante frondosos como para formar un bosque cerrado. Hay colinas, pero nunca lo bastante espigadas como para tener personalidad propia. A lo largo de los años, los gestores del Consorcio, impelidos por un afán conquistador, propio de nuestro tiempo, se han esforzado en cubrir la mayor cantidad de tierra posible. Sin saberlo, vivimos en un momento barroco de la historia. Impera el horror vacui (el pánico ante el vacío): nos incomoda el silencio, ponemos la tele para no estar solos, llenamos las habitaciones de objetos para ocultar las paredes.
Por eso el Consorcio, además de reforestar, ha ido construyendo pequeños hitos visitables con nombres evocadores: el Cuco de don Quijote, el Bosque de las Palabras, el Mirador de la Sala. Nombres que compiten con otros, más evocadores aún, que ya existían, como la Rambla del Agua, la Cuesta de Matamulas o la Explanada del Ataúd. Pero, a pesar de estos esfuerzos, yo diría que afortunadamente, la mayor parte de la Sierra sigue siendo un erial. Es decir que no hay nada, que es lo que los humanos decimos cuando aún no hemos plantado nuestra zarpa colonizadora sobre un territorio. Y en efecto no hay nada para los corredores que se desfondan en las cuestas y los senderos pedregosos, ni para los ciclistas. Menos aún para los motoristas que erosionan las veredas y originan hendiduras que desfiguran el monte. No hay nada para quien no tiene tiempo de mirar o mira sin saber, como ha sido mi caso.
El otro día, con Benlloch, Fajardo y Manolo López Carrizós, supe lo que mi instinto ya sabía: que lo más valioso de la Sierra son estos espacios incultos, donde el romero, el tomillo y la salvia, las pocas especies que conocía, se restriegan con otras casi infinitas, de virtudes tan variopintas que no caben en las guías ni en los diccionarios. Hierbas que tienen un nombre científico, uno común y uno para los lugareños, tres como mínimo. Como la satureja montana, ajedrea o morquera para quienes aliñan con ella las olivas. O la flomix, conocida como oreja de liebre por quienes valoran sus virtudes digestivas. Hasta me mostraron una rumex que se apellida como el caballo de Alejandro Magno, bucephalophorus. Y había, por supuesto, orquídeas, que las copiosas lluvias han traído hasta estos predios. Al cabo de tanto ver, regresamos con las manos vacías, impregnadas de aromas, después de atravesar la nada.

2 comentarios:

  1. Una entrada muy evocadora, Arturo; te felicito. El monte mediterráneo es sin duda una farmacia natural al alcance de todos.
    La pena es tanto pino, demasiado, sobre todo tan juntos y de una sola especie: el pino carrasco. ¿Dónde quedaron las encinas? Pocas hay ya. ¿Y romeros? Muy pero que muy pocos hay cerca de la zona del repetidor. Ni siquiera hay arbustos entre los pinos, no hay arbustos para que los animales se escondan, por eso no hay animales. Los biólogos se enorgullecen de la "biodiversidad mediterránea", pero la pena es que Chinchilla no es un buen ejemplo de esa variada diversidad vegetal y animal. Digamos que la gestión de la Sierra siempre ha dejado mucho que desear, sobre todo en lo que respecta a reforestaciones. La encina, símbolo de la biodiversidad vegetal en Iberia, se ve reducida en este sitio a su más mínima expresión.
    Demasiados caminos que se entrecruzan, demasiadas sendas erosionadas que hieren la tierra, las ruedas de los ciclistas domingueros desgarran la piel de la roca caliza, dejando cicatrices imperdonables, imposibilitando el crecimiento de la vida. Por no hablar de su mala educación. Lo bueno sería que se regulasen las sendas ciclistas, pero... supongo que todos tenemos que disfrutar del Cerro, ¿verdad?

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  2. Una entrada muy evocadora, Arturo; te felicito. El monte mediterráneo es sin duda una farmacia natural al alcance de todos.
    La pena es tanto pino, demasiado, sobre todo tan juntos y de una sola especie: el pino carrasco. ¿Dónde quedaron las encinas? Pocas hay ya. ¿Y romeros? Muy pero que muy pocos hay cerca de la zona del repetidor. Ni siquiera hay arbustos entre los pinos, no hay arbustos para que los animales se escondan, por eso no hay animales. Los biólogos se enorgullecen de la "biodiversidad mediterránea", pero la pena es que Chinchilla no es un buen ejemplo de esa variada diversidad vegetal y animal. Digamos que la gestión de la Sierra siempre ha dejado mucho que desear, sobre todo en lo que respecta a reforestaciones. La encina, símbolo de la biodiversidad vegetal en Iberia, se ve reducida en este sitio a su más mínima expresión.
    Demasiados caminos que se entrecruzan, demasiadas sendas erosionadas que hieren la tierra, las ruedas de los ciclistas domingueros desgarran la piel de la roca caliza, dejando cicatrices imperdonables, imposibilitando el crecimiento de la vida. Por no hablar de su mala educación. Lo bueno sería que se regulasen las sendas ciclistas, pero... supongo que todos tenemos que disfrutar del Cerro, ¿verdad?

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