Si desde 1422 ostentaba el
privilegio de ciudad, no tardó mucho Chinchilla en aumentar su currículo. Solo 34
años después. Había muerto el hermanastro de doña Isabel, que ha pasado a la
historia como Enrique IV el Impotente. El mote no era gratuito. No había tenido
hijos de su primera mujer, la infanta Blanca de Navarra, y a los nobles no les
interesaba que reinase su hija Juana de Castilla, de modo que le buscaron
parecido con el favorito Beltrán de la Cueva. Difundieron que el rey le había conminado
a procrear con su segunda mujer, Juana de Portugal, para tener descendencia.
Por eso la hija ha pasado a la historia como Juana la Beltraneja, aunque nunca
ha podido demostrarse que la acusación fuera cierta.
Por supuesto, no todos los nobles
apostaban por la ilegitimidad de doña Juana. El Marqués de Villena, por
ejemplo, la prefería a Isabel la Católica. Así andaban divididas todas las
plazas en 1475. También Chinchilla, que además tenía la importancia de su
castillo y su situación. Algunas familias de la ciudad estaban por seguir bajo
el Marquesado y otras por sublevarse y ofrecerse a los Reyes Católicos, cosa
que estos fomentaban con cartas y promesas. El aire olía a pólvora. El
marquesista Alonso de Requena, que vivía junto al hospital de San Julián, abrió
una puerta en el muro medianero para adueñarse del edificio y convertirlo en fortaleza
para sus partidarios. El propio Marqués secuestró a algunos sospechosos de
sublevarse.
De poco le valió. En la primavera de
1475 fue perdiendo, una tras otra, todas las plazas. La Beltraneja perdió casi
todas sus opciones en la batalla de Toro. Y los Reyes Católicos habían ocupado
ya parte del Marquesado. En Chinchilla, las refriegas entre los dos bandos
también eran diarias. El 9 de junio, los partidarios del Marqués, entre los que
estaban su consejero Tristán Daza y el alcaide, tuvieron que batirse en
retirada por los callejones y refugiarse en el castillo. Los sublevados los
cercaron. Enseguida mandaron mensajeros a Valladolid para pedir a la Reina que
respaldara su levantamiento. Y una vez conseguido, viajaron el vicario Gil
Sánchez Soriano y el bachiller Pedro Sánchez de Belmonte para pedir mercedes y
recompensas.
El 9 de julio de 1476, desde Tordesillas,
Isabel concedió a Chinchilla el título de “Noble” y se comprometió a no
devolver la ciudad al Marqués ni darla a ningún otro. También permitió un
mercado franco todos los martes, abierto al reino de Valencia. Y amplió a
cuatro las escribanías, que hasta entonces eran dos. Y derogó el monopolio
impuesto por los Pacheco sobre la grana recogida en el término. Sin embargo,
más que negarse abiertamente, dio largas a otras peticiones. Por ejemplo, les
dijo que el castillo no podía demolerse como pedían, y como había ocurrido con
el de Alcaraz, porque aún estaba ocupado por el enemigo. Una excusa para ganar
tiempo.
El tiempo en aquel momento se medía
de otra manera. E Isabel la Católica sabía sacarle jugo a los meses. Mientras
atendía a unos, negociaba en secreto con otros. En concreto con el propio
Marqués de Villena. Y cuando le convenía, las situaciones podían estancarse. El
asedio al castillo de Chinchilla se estancó tanto que se prolongó durante casi
dos años, lo que dejó exhaustos a todos. De hecho, casi 500 vecinos evacuados
esperaban la normalidad para volver a sus casas junto a la fortaleza. Tuvieron que
armarse de paciencia. En 1488, cuando sus majestades juraron los fueros de la
ciudad, aún quedaban rescoldos. También el título de “Muy Leal y Noble”.
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