Apretados en una plaza pequeña, en
el corazón del verano, sin que nos pese el calor. Bailando. Con la sonrisa
puesta. Bailando con un mojito en la mano cuyos hielos se mecen en un lecho de
hierbabuena. La plaza es medieval. He pasado por ella incontables veces a lo
largo del año y casi siempre está desértica. No vacía, desértica. Es como si el
sol quemase más y el frío fuera más lacerante cuando se cruza. Incluso cuando
la cruzan las procesiones. Pero, en un día como ayer, está llena de gente a
rebosar y sigue siendo acogedora. Capaz de albergar a cuantos lleguen.
Las fiestas de Santa Ana, el barrio más antiguo de Chinchilla, marcan el principio de las fiestas del casco histórico. Antes hemos ido celebrando las de las pedanías. El municipio tiene ocho pedanías, nada menos. San Isidro es el patrono de La Felipa. Se adelanta tanto, que luego hay que aprovechar el verano, que es cuando vuelven tantos felipeños, para mezclar lo cultural con lo celebratorio. Enseguida viene San Antonio de Padua, que extiende su carpa en la plaza de El Villar. Y San Ignacio Gonzaga devuelve a la Estación el eco populoso de los tiempos ferroviarios. Pozo de la Peña comparte patrono con la capital de la provincia. Y eso ocurre ya en el umbral del verano. Pero hay que alcanzar el corazón de la canícula para que estallen las fiestas de los barrios en el casco medieval. Las abre Santa Ana, que se pliega alrededor de la ermita y usa también el parquecillo del Museo de Cerámica. Seguirá Santo Domingo, que establece su chamizo y centra sus actividades junto a la parada del bus. Sin tiempo para recuperar el resuello, llegan las fiestas grandes, el 5 de agosto, en honor de la Virgen de las Nieves, que abarcan la Plaza Mayor y la Placeta del Circo y el Cañaveral. Más tarde vendrán las de San Julián, arriba, junto a la ermita. Porque las de San Antón viven aparte y plantan su hoguera en pleno invierno y hacen del frío un aliado que obliga a arrimarse a la lumbre aunque haga toser. Nunca como en fiestas las plazas recobran tanto su ser original de plazas, secuestrado por los coches el resto del año. Y en plazas y en fiestas, Chinchilla es generosa.
Las fiestas de Santa Ana, el barrio más antiguo de Chinchilla, marcan el principio de las fiestas del casco histórico. Antes hemos ido celebrando las de las pedanías. El municipio tiene ocho pedanías, nada menos. San Isidro es el patrono de La Felipa. Se adelanta tanto, que luego hay que aprovechar el verano, que es cuando vuelven tantos felipeños, para mezclar lo cultural con lo celebratorio. Enseguida viene San Antonio de Padua, que extiende su carpa en la plaza de El Villar. Y San Ignacio Gonzaga devuelve a la Estación el eco populoso de los tiempos ferroviarios. Pozo de la Peña comparte patrono con la capital de la provincia. Y eso ocurre ya en el umbral del verano. Pero hay que alcanzar el corazón de la canícula para que estallen las fiestas de los barrios en el casco medieval. Las abre Santa Ana, que se pliega alrededor de la ermita y usa también el parquecillo del Museo de Cerámica. Seguirá Santo Domingo, que establece su chamizo y centra sus actividades junto a la parada del bus. Sin tiempo para recuperar el resuello, llegan las fiestas grandes, el 5 de agosto, en honor de la Virgen de las Nieves, que abarcan la Plaza Mayor y la Placeta del Circo y el Cañaveral. Más tarde vendrán las de San Julián, arriba, junto a la ermita. Porque las de San Antón viven aparte y plantan su hoguera en pleno invierno y hacen del frío un aliado que obliga a arrimarse a la lumbre aunque haga toser. Nunca como en fiestas las plazas recobran tanto su ser original de plazas, secuestrado por los coches el resto del año. Y en plazas y en fiestas, Chinchilla es generosa.
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