A mitad del concierto de Cantautores,
la luna se deslizó por detrás del Cerro de San Cristóbal, detrás de los
músicos. Primero solo una rodaja. Luego fue creciendo hasta llenarse. Su visión
coronaba el espectáculo. Venía a bendecir el concierto. En el escenario, todo
eran abrazos, risas y armonía entre los cantautores. No solo armonía musical,
también humana. Y el patio de butacas rebosaba de gente, de aplausos, de
comunión con los músicos. Esto es una experiencia mística, me dije.
Y de pronto
comprendí que repetimos como un mantra que el Claustro de Santo Domingo es
mudéjar y pensamos solo en la parte albañil de los islámicos que se quedaron en
territorio conquistado. Pero el mudéjar era mucho más, era una cultura
completa. Había médicos, boticarios, filósofos. Uno de los más famosos de Al
Andalus se llamaba Abú Utmán, aunque lo conocían como Al Yinyalí. O sea, el
chinchillano, puesto que la Chinchilla musulmana se llamaba Yinyila. Lo cita el
cronista Al Idrisí, que era hombre de imaginación fácil, pero no tanto como
para inventarse un famoso. Añadía que era discípulo de Maimónides e Ibn Midray.
Además de albañiles, los mudéjares abarcaron todas las ramas del saber. También
la música, por supuesto. También el canto. Con la particularidad de que lo
transmitían por vía oral, no dejaban partituras ni transcripciones de sus
canciones. Se conservan sin embargo los nombres de los músicos islámicos que
tocaban en la corte de Sancho IV de Castilla y las cartas de Alfonso de Aragón reclamando
un mudéjar que tocara la axabeba y el meocanon. Son cartas del siglo XIV, la
época en la que se erigió el Claustro de Santo Domingo. Igual que los cantos gregorianos
se inspiraron en modelos judíos, es fácil pensar que los primeros monjes que
cantaron en el Claustro tradujeron cantos mudéjares al espíritu cristiano, como
se traducen a lo divino los temas de Bob Dylan. Este verano no ha dejado de
sonar la música: la teatral, la medieval, el jazz, los cantautores. Hemos
removido los ecos dormidos del Claustro. Tampoco ha faltado la luna, 600 años
después. No me pregunten como lo han conseguido Piti y Fran Serrano, los
organizadores.
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