El primer farol llegó a Chinchilla, al centro de la Plaza de la
Mancha, procedente de Valencia, donde se había fabricado en 1839. Costó tres
mil reales. Al año siguiente fueron asentándose nuevas farolas de fabricación local.
Luego la iluminación ha ido creciendo, cambiando, modernizándose. Como
curiosidad, Juanjo Ruiz el herrero forjó para las Cuevas del Agujero unas
farolas artesanales que fueron retiradas porque los munícipes de entonces prefirieron
homogeneizar el alumbrado público.
El penúltimo cambio, a las farolas de vapor
de sodio y mercurio, vigentes hasta la fecha, desató una oleada de críticas.
Muchos vecinos consideraron que el tono intensamente anaranjado no era
apropiado para una ciudad medieval. Desde el pasado mes de diciembre, el actual
ayuntamiento chinchillano ha emprendido un nuevo cambio. La principal razón es
que la ciudad va a ahorrarse un 60% en la factura de la luz. Entre lo que gasta
el vapor de sodio y mercurio y lo que consume la tecnología LED no hay color.
Así lo están entendiendo ayuntamientos de todo tipo. También los de ciudades
con casco histórico, como Jaén, San Sebastián o Villajoyosa, que han instalado
farolas similares, con buena acogida por parte de la prensa y los ciudadanos. Chinchilla
va a ahorrarse al año 109.000 euros de los 182.000 que desembolsa en electricidad.
Buena parte de la inversión se cubre con una subvención de la Diputación
provincial. Además el cambio se ajusta a la normativa que impone que la luz
pública esté enfocada hacia abajo y no se disperse en las alturas, creando una
contaminación lumínica que desvanece las estrellas. Abarata la instalación aprovechar
la estructura de las antiguas farolas. Es verdad que, aunque se ha buscado el
tono más cálido entre los posibles, el incremento de intensidad y los cambios
de color y de enfoque producen desconcierto. No es descabellado estudiar retoques.
Pero, antes, conviene darse un tiempo para apreciar cuántas molestias se deben
a la funcionalidad y cuántas a la falta de costumbre. La estética es subjetiva.
Aún así estoy entre los que opinan que la nueva noche es más natural que la de
las farolas naranjas. * Información extraída del libro BALLESTEROS y MOLINA: Chinchilla de Montearagón, su encanto y su duende, Albacete, 1997, pág. 133.
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