Don Victoriano

El 2 de marzo de 2015 nos dejó don Victoriano. Pocas personas pueden ir por ahí presumiendo de ser hijos adoptivos de dos pueblos. Ya serlo de uno es infrecuente. De hecho, cuando el Pleno decidió nombrarlo el 31 de agosto de 2011, hubo que copiar el protocolo de otros municipios porque no existía uno a propósito. Don Victoriano era también hijo adoptivo de Hellín desde 2000.
¿Qué hay que hacer para que te nombren hijo adoptivo de dos pueblos distintos? “Supongo que querer a la gente”, contestaba. Los promotores del nombramiento en Chinchilla fueron los jóvenes del club que don Victoriano fundó en los setenta. Aunque ahora son talludos, no olvidarán nunca aquellas sesiones de cinefórum vividas en el antiguo cementerio de la iglesia. No hallaron mejor sede. La llamaron Club Osárium. En verano, se juntaban al aire libre. Para el invierno lograron techarlo. Tampoco olvidan haber recuperado la romería al patrón San Miguel, aprovechando que el 29 de septiembre, el veranillo al que el santo da nombre, suele ofrecer buena temperatura. “Qué tiempos”, cabeceaba don Victoriano. Tampoco había olvidado que “el Club duró solo cuatro o cinco años, hasta que empezaron los pubs y las discotecas. En otros pueblos, ya no lo he intentado. No sé si aquello cabría ahora. Entre otras cosas, promovido por un cura”. Había conseguido dejar el tabaco: “después de sesenta años de engañar a todos menos a Dios y a mí mismo”. Pero el recuerdo que acariciaba con más cariño es “el descubrimiento de la Virgen de las Nieves”. Llevaba tres siglos embutida en un cilindro de plata del que solo asomaba la cabeza. Se la llevó a su casa y estuvo manipulándola sin éxito, porque no había modo de moverla. Después de tantear a la feligresía, en secreto, entre Luis Guillermo García Saúco y él la metieron en una bolsa de deporte y la bajaron a Albacete, a la joyería Mompó. Uno de los oficiales proponía cortar el cilindro por los pies, pero les dio miedo que dañara la imagen. Finalmente, tras considerar otras posibilidades, se les ocurrió calentarlo. Aquello funcionó. La Virgen empezó a cantearse ligeramente en su encierro de plata, hasta que por fin, estiraron y salió entera. Estaba sujeta con lacre, como si fuera una carta divina que los feligreses del siglo XVII enviaban a sus descendientes. Ese domingo, en la misa, un don Victoriano jubiloso montó el número: “¿Conocéis a vuestra patrona?”, preguntó. Los feligreses se rieron. “Ahora la vais a conocer de verdad”. La llevó al altar y la extrajo con cuidadoso suspense. Aún se estremecía al recordar aquel Oh de cientos de voces. Luego promovió una votación para decidir si la talla de alabastro que tan bien conocemos seguía en el cilindro o quedaba libre para los restos. “No salió ni un no”. Fue tan unánime como la votación para declararlo a él hijo adoptivo de la ciudad.

1 comentario:

  1. admirable persona, a él no lo conoceré, pero la imagen, a ver si este sábado la veo y con permiso del párroco, la fotografiamos. Seguro que es una joya.

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