El doctor Teigell y las cuevas

El doctor Julio Teigell escribió en septiembre de 1924 un encendido artículo en la revista  Centauro. Se preocupaba, y mucho, por la salud de los chinchillanos. Concretamente por los que vivían en ese momento en las cuevas del Penal. “Al pie del Castillo se acobijan como unas doscientas guaridas humanas que no merecen el nombre de viviendas y sirven de refugio a la clase más modesta de la ciudad. Si entramos en una de esas chozas, no esperemos ver cuarto de baño ni espléndidos dormitorios llenos de luz y de aire.
Pasado el umbral, una cocina cuidadosamente enjalbegada por la mano cuidadosa de la dueña es lo mejor de la cueva. De esa cocina parten, adentrándose en el corazón de la roca, dos recintos labrados a pico, uno para el matrimonio y los niños, el otro para las bestias: cerda, burro y alguna gallina, que casi todos poseen. En invierno, cuando en estas alturas el viento lanza su salvaje canción apagando el “alertaaaa” vigilante de los centinelas del castillo, también irrumpe por la chimenea de la cueva y empuja brutalmente hacia el interior el humo del sagato, fuego de paja y ramas muy usado por estas gentes. Ni que decir tiene que la atmósfera, ya de por sí irrespirable por la escasa ventilación y por las emanaciones de los animales, se hace humanamente imposible y hay que suprimir el fuego para no morir asfixiado. En verano estas covachas son algo más agradables, pero su frescor es un frío viscoso que llega a los huesos y su aire subterráneo huele a moho como el de los sepulcros. Los que por experiencia sabemos que allí donde no entra el aire ni el sol entrará el médico, sabemos también que no hay exageración en lo dicho. A los demás, nada tan elocuente para convencerlos que las estadísticas de mortalidad. Y estas arrojan todos los años un número excesivo, sobre todo de niños de la clase humilde, la que ocupa estas viviendas que los potentados desdeñarían para alojamiento de sus caballos. Urge en Chinchilla solucionar el problema de la vivienda del obrero, aunque solo sea por humanidad y algo de egoísmo: ciudad agrícola, necesita de hombres robustos, que van desapareciendo por la atmósfera de sus hogares…”


No hay comentarios:

Publicar un comentario