La rutina es ciega. Llevo meses
trabajando en el Ayuntamiento de Chinchilla, pero no empecé a verlo de verdad
hasta el día que se acercó a visitarnos Luis Guillermo García-Saúco. Venía a
otra cosa, pero le gusta demorarse en los detalles en los que los legos no
reparamos. Bajábamos de las oficinas hacia la puerta de la calle y de pronto,
en un impulso de curiosidad, se asomó al lado oeste del edificio, el que
conduce al salón de plenos. Una vez en el vestíbulo, con las manos en la
espalda y su aire de sabio despistado, como si fuera la cosa más natural del
mundo, comentó: “esta dependencia es rococó, como el medallón de la pared que
da a la plaza. Todo forma parte del mismo edificio.”
Y a renglón seguido añadió que donde ahora está el despacho de Intervención había una capilla, también rococó, desde donde un cura oficiaba la misa para los ediles, antes de que estos se aprestaran a discutir los asuntos municipales.
Y a renglón seguido añadió que donde ahora está el despacho de Intervención había una capilla, también rococó, desde donde un cura oficiaba la misa para los ediles, antes de que estos se aprestaran a discutir los asuntos municipales.
De golpe recordé que el ayuntamiento de
Chinchilla está construido en tres etapas distintas. Por la más antigua entramos
al edificio todos los santos días desde la calle Núñez Robres. Cuando se
fabricó, reinaba Felipe II, como proclama un texto en piedra que añade que
Jerónimo de Guzmán era entonces corregidor de la ciudad. He visto no sé cuántas
veces a los turistas fotografiando esta fachada, la fachada renacentista, la
fachada vandelviresca, y he pasado ante ellos con la suficiencia del que cree
saberlo todo. Pues estaba equivocado. A instancias de Luis Guillermo, leo un
artículo de Alfonso Santamaría que aclara que la escuela de Andrés de
Vandelvira jugaba mucho con los escudos y los adornos geométricos y usaba
formas humanas a modo de pilastras para sostener los áticos. Ahora me fijo por
fin en eso y en que los bastoncillos de las columnas jónicas tienen dos
alturas. Aprecio por primera vez que las ventanas reducen la sensación de
verticalidad de la puerta.
Leo con avidez, a pesar de que el
artículo de Santamaría se enmaraña un poco. Se nota que está escrito desde los
legajos dispersos de donde extrajo la información, y así va y viene entre
nombres de albañiles y alarifes que chapuceaban por entonces. Se trata de
extractos de cuentas en los que los nombres han quedado grabados porque
cobraron por algún apaño que añadieron al conjunto. En cambio la parte que
habla de las Salas Capitulares está mucho más clara. Las Salas Capitulares son
las que visitaba con Luis Guillermo: el salón de plenos y el vestíbulo de la
fachada donde luce el medallón de Carlos III. El rey probablemente no estuvo
nunca en Chinchilla. Si acaso, cuando era niño y quiso estudiar la batalla de
Almansa, en la que se decidió que ellos, los borbones, reinarían en España.
Más desfigurada está la tercera parte, la de
las oficinas, donde está el actual despacho del alcalde y trabaja la mayoría de
los administrativos. Al instalar el ascensor se cargaron media escalera y también
cambiaron los techos, que eran mucho más altos y estaban rematados en vigas de
madera. Estos destrozos son recientes. Pero ya en su artículo del año 84,
Santamaría observa que el edificio no coincidía con el que se construyó a
finales del siglo XVIII para que viviera el Corregidor. El Corregidor, que me
explica Luis Guillermo que era el supervisor, siempre foráneo, que el rey
enviaba para corregir a su favor las decisiones del alcalde, al que entonces
llamaban Regidor. Una especie de gobernador civil de entonces. En lo que fue su
casa trabajamos. Supongo que sigue siendo él quien manda.
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