La última defensa del Penal





Cristóbal Ballesteros López cuenta lo que vio desde una de las ventanas del Hospital de San Julián. Tenía doce años y el cocinero del Penal no le dejó salir. Recuerda que llegaron más de treinta hombres armados con fusiles y escopetas. Asegura que entre ellos estaba André Marty, el Carnicero de Albacete, aquel francés bigotudo para el que la vida de un hombre valía 75 céntimos, el precio de un cartucho.
Dice Cristóbal, que conserva una memoria prodigiosa a los 93 años, que el grupo formó frente al Penal, más o menos donde ahora está el depósito del agua. Allí estuvieron conversando con el jefe de la milicia que protegía el edificio. Luego se incorporó a la negociación Manuel Carcelén Pradas, el alcalde, acompañado de algunos concejales. Carcelén había fundado el Partido Socialista de Chinchilla, se había presentado con el Frente Popular, y había sido elegido con 27 años. Solo llevaba un año y pico como responsable del Consistorio.
Antes de hacer frente a las dos camionetas de justicieros, ese 22 de septiembre de 1937, el alcalde había sido detenido, durante los siete días que duró el alzamiento del Comandante Molina, de la Guardia civil, del 18 al 25 de julio. Pero también había tenido que lidiar con la política de prisiones, que había trasladado al Penal a más de 500 delincuentes comunes, muchos de ellos asesinos convictos, como paso previo antes de darles la libertad para que combatieran por la República. Según supo el alcalde, venían dispuestos a liquidar a los presos políticos, detenidos como sospechosos de simpatizar con el golpe militar. Carcelén tuvo que mantener separados a unos presos de otros en un edificio concebido para 500 y que albergaba el doble. Así se lo explicó a Tita Martínez, años después, en una entrevista.
Declaró también que tenía noticias de que vendrían esas dos camionetas: había corrido la voz de que iban a hacer una saca de presos en Albacete y que después irían al Penal. Como prevención, se habían dispuesto ametralladoras en el perímetro del edificio para defenderlo. Los mismos presos habían arrancado baldosas del suelo para utilizarlas como armas defensivas y vender cara su suerte. Sin embargo, la amenaza de que sufrirían bajas, si se empecinaban en seguir, de que los defensores del Penal estaban dispuestos a cumplir con su misión, terminó disuadiendo a los linchadores. Se cuenta que Marty ordenó unas 500 muertes, la mayoría entre sus propias tropas, para penalizar las deserciones, por el procedimiento ruso de propinar un golpe en la espalda y descerrajar el tiro de gracia. Sin embargo, evitó cuidadosamente exponerse en el frente. También ante las ametralladoras del Penal. Parece que estimaba su propia vida en más de 75 céntimos.

Ese tira y afloja ante la puerta, en el colofón de la calle San Julián, que entonces era el acceso principal al edificio, fue todo lo que ocurrió, todo lo que pudo ver Cristóbal, el niño que había llevado el pan para la guarnición, como cada mañana, y que tenía a su propio padre preso en el Penal, dice que por haber sido vocal en sindicatos. Llegaron los guardas de asalto, enviados por el Gobierno Civil, y las camionetas se volvieron por donde habían venido. Solo los que observaban la escena desde el otro lado, indefensos en la fortaleza, sabrían lo que sintieron al ver alejarse a la cuadrilla. Manuel Carcelén (1909-2000) vio aliviada la condena franquista de 20 años a solo seis meses y, un día, y (ironías del destino) fue, hasta su muerte, un héroe para los falangistas. 

1 comentario:

  1. No corrió la misma suerte el Alcalde de Alatoz, David Serrano Gil, que defendió la legalidad republicana y murió de malos tratos en la cárcel de Casas Ibañez al terminar la guerra. Gracias por este articulo.

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