La Soldadesca



Hay leyendas que merecen ser verdad. Todos los años, el tercer domingo de mayo, se celebra en Chinchilla una tradición mariana conocida con el nombre de La Soldadesca. Está precedida de una novena dedicada a la Virgen de las Nieves y culmina con una serie de actos entre los que destaca un desfile, que se celebrará esta tarde, en el que representantes de las asociaciones y de los barrios de la ciudad, y la reina y las damas de honor del año pasado, todos ataviados con trajes tradicionales, llevan flores a la patrona. Habrá oraciones, una suelta de palomas, Álvaro Picazo bailará la bandera, tomaremos cuerva, varios coros cantarán la salve y los presentes podrán entregarse a la conversación mientras reponen energías. Este año, las energías vienen dentro de un bocadillo solidario que, con bebida incluida, cuesta tres euros. Los organizadores donarán lo recaudado a Cáritas Diocesana.
El lector dirá: “vale, muy bonito todo, ¿pero dónde está la leyenda?”.
A ello iba. El origen de esta fiesta se remonta al año 1707. Unos días antes del 25 de abril, los partidarios de Felipe V se preparaban para enfrentarse a los del Archiduque Carlos. Estaba en juego la corona del reino de España. Por el Borbón, que a la postre ganaría la batalla, comandaba las tropas el Duque de Berwick. Por cierto, que antes de alojarse en Almansa, dicen que durmió dos noches en una fonda de Pozo la Peña que todavía se sostiene a dudas penas, abarrotada de palomas, de grietas y de olvido. Los preparativos fueron devastadores para los lugareños: se movilizó a los mozos que contaran entre 18 y 50 años, se requisó la artillería de la ciudad y dejaron de cacarear las gallinas de todo el contorno.
Setenta vecinos de Chinchilla estaban entre los movilizados. Parece que no formaron parte de la primera línea, sino que quedaron como guarnición, con la orden de intervenir si se les requería. Aunque el paso del tiempo tiende a evaporar las pequeñas tragedias humanas y a cubrirlas con un velo de heroísmo, a mí me resulta fácil colegir que aquellos setenta mozos no eran guerreros, sino reclutas a la fuerza, no estaban preparados ni mentalizados para una batalla en la que poco tenían que ganar como no fuera mantenerse con vida. De modo que debieron envejecer diez años en unos pocos días por efecto del pánico. Sin embargo, la fortuna quiso que no tuvieran que intervenir. La fortuna que adoptó súbitamente la forma de la Virgen de las Nieves.
Como medida de acción de gracias, acordaron llevar flores a la Patrona y sacarla de paseo. Eso hicieron y al año siguiente y al otro. En Chinchilla, las tradiciones necesitan poco espacio para tomar cuerpo. En 1739, el rey que había ganado la batalla, conocedor de la costumbre, decretó que cada vez que saliera la Virgen de su Santa Casa “fuera acompañada de conveniente soldadesca”. Y de ahí le viene el nombre a lo que estos días se celebra en Chinchilla, aunque en nuestros días se desoigan las instrucciones de aquel Borbón y la única soldadesca que acompañe en su paseo a la Señora del lugar sea una soldadesca metafórica de vecinos ataviados con indumentarias tradicionales y, eso sí, fuertemente armados con jacarandosos ramos de flores. 
En resumen que lo de la Soldadesca, al contrario de lo que suele ser habitual, no es la celebración de una victoria esplendorosa salpicada de heridas, amputaciones y muertes, sino la mucho más inteligente celebración de no haber tenido que intervenir en una batalla, o sea la celebración de la primavera, de la vida, de la santísima retaguardia.

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