Constantino Romero, hijo adoptivo



Una de las sorpresas con las que nos encontramos en noviembre de 2011, cuando nombramos hijo adoptivo de Chinchilla a Victoriano Navarro Asín, es que no hubiera referencias a otros hijos insignes de la ciudad que hubieran recibido este homenaje del Ayuntamiento.
Sorprende en una ciudad con una historia tan dilatada que se pierde en la noche de los tiempos y que alcanza incluso a Hércules que, según la leyenda, pasaba por aquí y nos fundó. Se le pasó ya el arroz a Hércules para ser declarado hijo (predilecto o adoptivo, que igual da) y también a varios sabios chinchillanos, Abú Utmán entre ellos, que se dedicaron a la medicina o a la filosofía, entonces casi la misma cosa, y que ganaron fama en toda Al-Andalus con el común apelativo de Al-Yinyalí (el chinchillano). También lejos queda Juan de Chinchilla que, aún siendo de secano, formó parte de la expedición de la primera vuelta al mundo y dejó su pellejo en el camino. Y, ya más cerca, aunque no lo bastante, nos queda el político Ramón López de Haro, republicano y federalista, que firmó en el siglo XIX para que Castilla tuviera entidad y gobierno federal propios.
No sé qué posibilidades hay de nombrar, aunque indicios hay de que lo merezcan, a chinchillanos como Eliecer Galindo, el alcalde que propugnó la construcción de las escuelas que llevan su nombre, o Manuel Carcelén Pradas, que logró salvar, in extremis, vidas y patrimonio, en el arranque de la Guerra Civil. Habrá que retomar sin duda, por ser mucho más reciente, la declaración a Moisés Davia (Chinchilla, 1922, Madrid, 1994). Ya lo merecería por el solo hecho de haber compuesto el himno de la ciudad, en 1959, si no hubiera dirigido con honores bandas municipales como la de Alicante o la de la capital de España. Cuando una ciudad declara Hijo con mayúsculas a un ciudadano, lo hace porque crece en sí misma al reconocerse en él como modelo, como referencia para los que los que viven en ella, y como bandera de orgullo ante los que la visitan. Por eso, existen pocas dudas de que Constantino Romero merece ser hijo adoptivo de Chinchilla y de que Chinchilla merece que lo sea. Por eso lo nombramos ayer.
Su vozarrón ya es inmortal. Brotaba oscuro, desde los pedregales de su garganta, atravesando su bigote intermitente, para adaptarse a los caretos de Clint Eatswood, Schwarzenegger, Connery, Moore, Shatner, Mufasa, el humanoide de Blade Runner o el malo de La guerra de las galaxias. Para dirigir concursos televisivos e interpretar obras teatrales, y asomar, sin descomponer la profesionalidad, en las cuñas de Radio Chinchilla. Jamás olvidaremos que encarnó la voz del castillo en uno de los espectáculos conmemorativos de la Jura de los Fueros por los Reyes Católicos. Menudo privilegio que el castillo hablara con la voz de Eatswood para decir cosas antiguas y nuestras. No quiso cobrar por aquella actuación. Regaló el dinero al Club de Jubilados para la biblioteca. Encima: Para la biblioteca. Fue embajador de Chinchilla en el mundo, él que lo visitó hasta los últimos rincones y que narró las olimpiadas de Barcelona. Cada vez que va a comenzar un espectáculo en el Auditorio, que llevará su nombre, y que su voz nos pide que apaguemos los móviles, un estremecimiento nos recorre la rabadilla. Miramos a nuestro alrededor. Sigue aquí. Y, como todas las leyendas, como Hércules mismo, ni siquiera sabemos con certeza dónde nació, si fue en Albacete o en Alcalá de Henares, como señalan algunos. Esta indefinición de los orígenes es otro de los atributos que distinguen a los inmortales.




No hay comentarios:

Publicar un comentario