Sabemos que todos los caminos
conducen a Roma. Y no sería descabellado añadir que todos los caminos pasan por
Chinchilla. Por supuesto no hablamos solo de esa autovía que circula a los pies
de la ciudad para unir el centro de España con las costas levantinas. Hablamos
de mucho antes, de antes incluso de que hubiera cronistas.
Ya el Arcipreste Martín de Cantos le aseguraba a Felipe II en 1575 que el fundador de la ciudad había sido Hércules. No sabemos si se permitió una licencia literaria, si se basó en leyendas o en barruntos, vete a saber. Pero lo cierto es que está documentado que existió un camino de Hércules, que unía la antigua Cádiz con Roma. Se llamó Via Heraclea, y luego Augusta, cuando entró a formar parte del imperio.
Ya el Arcipreste Martín de Cantos le aseguraba a Felipe II en 1575 que el fundador de la ciudad había sido Hércules. No sabemos si se permitió una licencia literaria, si se basó en leyendas o en barruntos, vete a saber. Pero lo cierto es que está documentado que existió un camino de Hércules, que unía la antigua Cádiz con Roma. Se llamó Via Heraclea, y luego Augusta, cuando entró a formar parte del imperio.
¿Adivinan por dónde pasaba? Exacto: Existiera
o no existiera, Hércules transitó mucho a los pies de Chinchilla. Su camino
sigue tansitando todavía, solo que muy maltrecho. Los milenios no pasan en
balde. El otro día anduvimos rastreando lo que queda. Guiaba Francisco Cebrián,
decano de Humanidades, y le acompañábamos el concejal de turismo de Albacete,
Cesáreo Ortega, y un servidor. Partimos del Parador, desde el Hondo de la
Morena, en dirección a Chinchilla. Había tramos en los que el todoterreno del
decano a duras penas conseguía equilibrarse. Muy de vez en vez, celebrábamos
con alegría una sucesión de piedras alineadas, supervivientes de los infinitos
arados, tractores y torrenteras que han estado mordiendo a su alrededor.
Más adelante, los rastros se pierden
en una sosa explanada, removida en vano para lo nunca llegó a ser urbanización
de La Losilla. Hay que seguir entonces a golpe de intuición, sin más brújula
que el castillo, visible desde todos los puntos. Pero en medio de la
disolución, perviven hitos que conviene conocer. Visitamos al menos tres. Para
el primero hay que desviarse a la derecha y ascender a una loma, en la aldea de
La Cabrera. Allí confluyen claramente los antiguos caminos que proceden de
Albacete y del sur. Están tan nítidos, tan grabados en la piedra misma, que
sobrecoge no hallar señal que los identifique. Uno de los propietarios
interrumpió nuestra observación para quejarse de que los ciclistas atraviesan
el paraje como rayos, le arrollan las gallinas y algún día se le van a meter
bajo el tractor.
Tras escucharle seguimos hacia el
segundo de los hitos, el puente de Cansalobos, quizá de la misma época en que
el Arcipreste le escribía a Felipe II. La fiebre especuladora del último
decenio logró cegarlo. Pero, a simple vista, se diría que enterrado está
sufriendo más erosión y deterioro que durante las cuatro centurias que estuvo
al relente. Cuando queremos proseguir, comprobamos que las recientes obras del
ferrocarril han borrado las frágiles huellas de Hércules. Hay que rebasar un
puente sobre las vías, diagonal a la dirección natural de la antigua ruta. No la
reencontramos hasta pasar Chinchilla. Una vez al otro lado, examinamos el
tercero de los hitos, el puente romano. Sorprende comprobar que, en medio del
secarral, lo que sobrevivan sean precisamente puentes. Construidos para
salvaguardar el camino de las violentas ramblas, desatadas por los esporádicos
diluvios, siguen en pie porque son útiles. El romano ha soportado el paso y el
tonelaje de incontables camiones cargados con materiales de Forte. Es milagroso
que sobreviva, aunque lo haga pidiendo a gritos una reparación. Hay que hacerla
pronto, para que la historia siga yendo de Cádiz a Roma y de Roma a Cádiz, sin
perderse.
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