No hay cosa más difícil que dar
forma a lo invisible. Eso es lo que han hecho, a lo largo de la historia, tantos
buenos artistas: tratar de poner imagen a lo que no tiene imagen. Ilustrar una
creencia sin asideros tangibles. Solo un conjunto de relatos, contenidos en un
libro, la sostienen. Hablo de la fe religiosa. Cualquier fe, pero en este caso
concreto, la fe católica. Una exposición, en el Museo Municipal de Albacete, ha
concentrado una selección de imágenes y de objetos, de toda la provincia,
relacionados con la fe.
Los promotores la han prorrogado, dicen que por el
éxito que ha tenido. Veo que tuve la fortuna de visitarla cuando solo estábamos
el cuidador y yo. Y verdaderamente mereció la pena. Vaya por delante que el
comisario ha sido Luis Guillermo García Saúco. Solo él, que tiene el arte de la
provincia metido en la cabeza, puede barajar todas las piezas y decidir cuáles
encajan en cada caso.
La mayor parte de lo expuesto puede verse,
día tras día y año tras año, en cada una de las parroquias que lo prestaron
para la exposición. Ver reunido tanto arte selecto, sin tener que viajar, es lo
que convierte la ocasión en única. Verlo reunido y verlo seleccionado. La
patria chica tira y no puedo evitar que mis ojos busquen precisamente las
piezas procedentes de Chinchilla. Las miro y las remiro con codicia, como si no
las tuviera cada día cerca, en la Iglesia de Santa María del Salvador. Las miro
como si fueran nuevas, como si no pudiera verlas cuando quiera. Y el caso es
que, gracias a la exposición, las estoy descubriendo.
No hablo del Noli me tangere del Maestro de Chinchilla. Esta pintura,
renacentista y primaveral, siempre puede verse en la pared de la derecha del
templo y llama la atención por sí sola. Lo que no sabía es que tenemos también
una de las pinturas que el Maestro de Albacete dedicó al Portal de Belén, la conocida
como Nacimiento. Las otras están en
Letur y en la Catedral de Albacete. Tampoco había apreciado ni valorado nunca el
terno rojo, también llamado de San Pedro, que el murciano Lorenzo Suárez confeccionó
en el año 1604 para que los curas de la parroquia dijeran las misas ataviados
con la solemnidad conveniente. Se trata, según García Saúco, de la obra de
bordado más exquisita de cuantas conocemos en la provincia. Y añade que alcanza
tal categoría, que puede competir sin dificultad con las esculturas o las pinturas
que consideramos obras mayores. Ahí es nada.
También asegura el comisario de la
exposición que el Copón de plata dorada, firmado por H. Morales, es especial.
Para empezar es el único del siglo XVI que conocemos en toda la provincia. Y luego
está su minuciosa decoración manierista, labrada con buril, que ubica en el pie
a los personajes de la doctrina cristiana, pone en la copa a los reyes, para
que escolten al Rey de Reyes, y corona con el cielo mismo, representado por una
tapa en forma de cúpula. Además de estas piezas, hay un Evangelario de 1790, de
papel impreso, encuadernado en piel, y unas ánforas de los Santos Óleos, de
latón plateado en el siglo XIX. Gracias a esta exposición, voy tomando nota de
que estos objetos existen y del valor que tienen y de la maravillosa calidad
que atesoran. Sobre todo de que existen, cosa que había visto sin ver en las
múltiples ocasiones en que he paseado la vista por la Iglesia y el Museo
Parroquial. A veces, incluso ejerciendo de improvisado guía. Una vez más,
aprendemos que todo el mundo puede mirar, pero que, solo el que sabe tiene el
privilegio de ver.
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