Arden las pérdidas

Arde todavía el retablo renacentista que el Maestro Antonio labró para la cabecera de la Iglesia de Santa María del Salvador. Lleva ardiendo desde un día de 1936 en que dos camiones de mozos indignados, dicen que venidos de Almansa, hicieron una saca en la parroquia y le prendieron fuego arriba en Juego de Bolos.
La pira que formaron estuvo ardiendo tres días y se oteaba desde la capital. Buena madera para servir de leña la imagen de Santa Lucía que Roque López, discípulo de Salzillo, había tallado en 1786. Gracias a Rodrigo Amador de los Ríos, que la fotografió en 1912, la vemos aún con la pluma en la mano y la mirada difusa, perdida en las alturas celestiales. Buena madera el San Pascual Bailón del propio Roque López, medio arrodillado medio alzándose junto a un olivo. También lo vemos en el mismo Catálogo, tal como lo captó la cámara hace un siglo. Buena madera el púlpito plateresco, cincelado en nogal y adornado con medallones y guirnaldas, que también seguimos viendo en las fotografías, sobreviviendo al fuego en espíritu, solo para los ojos, en el blanco y negro de las placas antiguas. Buena madera el Paso de la Oración en el Huerto, del que no conservamos ni siquiera una instantánea, solo referencias de estudiosos. Andrés Baquero lo atribuía a Salzillo en 1913 y Elías Tormo lo asignaba a Porcel diez años más tarde. Se ve que era una copia del famoso paso de la Cofradía murciana del Jesús. Se guardaba en Santo Domingo. No se ha perdido su pista porque Luis Guillermo García-Saúco salvó estas referencias en su libro sobre la escultura salzillesca en la provincia de Albacete. Cuantos otros detalles desaparecieron ese día sin dejar ni una astilla memorable. Menos mal que el mismo García-Saúco, con Alfonso Santamaría, rescató y reunió fotografías de conjunto y de detalle del retablo mayor, que lo preservan para siempre de las llamas. Ahora, el Ayuntamiento, para rendir un homenaje permanente a todo lo que sigue ardiendo, para hacer un monumento a las pavesas, ha puesto el nombre de una calle al Maestro Antonio, cuya obra, aquí y en Murcia, devoraron las llamas, y del que ni siquiera sabemos cuál era el apellido.


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