La mayor parte del suelo crudo que pisamos en Chinchilla y
alrededores se formó cuando más dinosaurios había. Esto no sucedió en el
jurásico, como ha popularizado erróneamente la película de Spielberg, sino un
poco más tarde, en el periodo cretácico, que finalizó hace 65 millones de años,
precisamente con la muerte de los dinosaurios.
Los continentes entonces tampoco estaban donde ahora, porque se han ido deslizando con las placas tectónicas. En concreto la Península Ibérica chocó y sigue chocando contra la placa africana. La colisión ha apretado la superficie, generando cambios de relieve tan visibles como la Cordillera Penibética y Los Pirineos, y sigue ocasionando terremotos más o menos perceptibles. Pero, además, en el cretácico, lo que hoy llamamos Mediterráneo bañaba Chinchilla y en muchas épocas la cubría. No hace falta ser un experto para asociar con el mar las arcillas que nos rodean. De hecho, los que han comerciado con la arena de las explotaciones cercanas, la llaman marisco, una denominación elocuente. No hay que ser un experto para ver, pero ayuda mucho que un experto, como el geólogo David Sanz te explique las cosas. La historia de nuestro suelo está escrita en las rocas con mucha claridad para quien sabe leerla. Las distintas crecidas han dejado sus huellas. Las margas verdes de Chera o esas acumulaciones de almejas antiquísimas, ya fosilizadas, que científicamente se llaman glossinfungites, asoman en el cerro de la Antena, a un paso de la ciudad. Las margas son arcillas ricas en bicarbonato cálcico. Como las arcillas, son capaces de empaparse de agua, pero las capas que forman resultan impermeables. En cambio las rocas calizas que las cubren filtran la lluvia y se van disolviendo lentamente. Gracias a ellas, Chinchilla está llena de cuevas, que han servido para vivir o cultivar champiñón. Hay laderas donde las capas se elevan por la presión y otras donde se hunden. Hay zonas donde la disolución del bicarbonato ya estaba saturada y ha depositado el principal componente de la roca, la calcita, que brilla débilmente como un diamante de pobres y nos recuerda que millones de años caben en un puño.
Los continentes entonces tampoco estaban donde ahora, porque se han ido deslizando con las placas tectónicas. En concreto la Península Ibérica chocó y sigue chocando contra la placa africana. La colisión ha apretado la superficie, generando cambios de relieve tan visibles como la Cordillera Penibética y Los Pirineos, y sigue ocasionando terremotos más o menos perceptibles. Pero, además, en el cretácico, lo que hoy llamamos Mediterráneo bañaba Chinchilla y en muchas épocas la cubría. No hace falta ser un experto para asociar con el mar las arcillas que nos rodean. De hecho, los que han comerciado con la arena de las explotaciones cercanas, la llaman marisco, una denominación elocuente. No hay que ser un experto para ver, pero ayuda mucho que un experto, como el geólogo David Sanz te explique las cosas. La historia de nuestro suelo está escrita en las rocas con mucha claridad para quien sabe leerla. Las distintas crecidas han dejado sus huellas. Las margas verdes de Chera o esas acumulaciones de almejas antiquísimas, ya fosilizadas, que científicamente se llaman glossinfungites, asoman en el cerro de la Antena, a un paso de la ciudad. Las margas son arcillas ricas en bicarbonato cálcico. Como las arcillas, son capaces de empaparse de agua, pero las capas que forman resultan impermeables. En cambio las rocas calizas que las cubren filtran la lluvia y se van disolviendo lentamente. Gracias a ellas, Chinchilla está llena de cuevas, que han servido para vivir o cultivar champiñón. Hay laderas donde las capas se elevan por la presión y otras donde se hunden. Hay zonas donde la disolución del bicarbonato ya estaba saturada y ha depositado el principal componente de la roca, la calcita, que brilla débilmente como un diamante de pobres y nos recuerda que millones de años caben en un puño.
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