Esculturas salzillescas

 Lo más grande, y lo único, que nos queda de Salzillo en Chinchilla es un San José de poco más de medio metro. Una obra de barro cocido, concebida para exhibirse en un fanal de vidrio.  El Santo va caminando y lleva a su Niño en el brazo izquierdo, sobre un paño.
Su mano derecha empuña la vara de caminante. Es un hombre joven, idéntico al San José del famoso Belén murciano. No está intacto. Al Niño le falta el brazo izquierdo y la mano derecha del Santo está desencajada. Se conserva en la Parroquia de Santa María del Salvador. Luis Guillermo García-Saúco nos indica que el escultor buscó más la belleza que la expresividad. Cosa del rococó, la moda de la época. Pero no deja de ser una exquisitez. Su origen no está en la misma Iglesia. Lo donó la familia de Nicolás Hortelano, un cura que sirvió en el pueblo y le tomó cariño, y al que luego mataron en Madrid en la Guerra Civil. De todos modos, hubiera sido extraño que no recalase en Chinchilla alguna de las mil setecientas noventa y dos obras que se atribuyen a Salzillo (1707-1783), aunque el artista no se moviera de Murcia. Es evidente que la mayoría se labraron en su taller y él lo único que hizo fue darles el visto bueno. Merece la pena darse una vuelta por el libro de García-Saúco sobre todo lo salzillesco que queda en la provincia de Albacete. También de lo que ya no está, sino por referencias, a veces muy remotas. El Paso de la Oración en el Huerto, que se guardaba en el Convento de Santo Domingo, debió de ser impresionante porque los conjuntos esculturales eran la especialidad del murciano, y este estaba inspirado en el Paso de la Cofradía de Jesús de Murcia. Tampoco hay rastro de varias obras del Roque López, que tomó las riendas del taller a la muerte del maestro, y de las que existe documentación: un Cristo en la cruz, una Dolorosa, un Niño Jesús… Quedan, eso sí, fotos de un Pascual Bailón y una Santa Lucía que se le atribuyen y que desaparecieron en 1936. Por lo menos se conservan dos ángeles, que sostienen sendas lámparas detrás del altar. De estar arrumbados en el Osarium Club, han pasado a brillar a la vista, tras ser restaurados a finales del siglo XX. 

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